JALISCO: CANCIÓN Y ALMA DE MÉXICO
Parte 2 Tlaquepaque y Chapala,
contraste del alma mexicana
*Actualización del
blog “Chapala, paisaje para almas enamoradas” 18 abril 2016
Tequila es aroma y sabor, pero visitar las calles de Tlaquepaque o el
malecón de Chapala es una experiencia que conecta de diferentes formas con el
viajero. Comida, música y cultura se mezclan para mostrarte lo más emblemático
de nuestro país. Mariachis y fiesta, islas y malecones son recuerdos que cambian
tu perspectiva. El occidente de nuestro país guarda maravillosos parajes que como
mexicanos deberíamos experimentar por lo menos una vez en la vida…

La fiesta se perpetúa semana tras semana en
Tlaque. Delante de la Parroquia de San Pedro Apóstol está el Jardín Hidalgo
lleno de palmeras de dátiles y puestos ambulantes de sabroso tejuino. Color y
bullicio, tiendas y bares novedosos. Galerías artesanales y restaurantes para
todos los gustos se abren paso pero hoy yo quiero celebrar un poco más a la
antigua y por eso me fui hacia El Parián. Dentro de sus portales hay sillones
de cueros mullidos y viejos, muy cómodos; mesas con manteles a cuadritos y
lámparas colgantes que te conducen a un quiosco donde cada fin de semana el
mariachi ameniza las tardes mientras tomas una chabela de cerveza o una
cazuelita de tequila. El tiempo ha hecho estragos en la tradición del lugar más
mexicano debo admitirlo, lo típicamente dirigido a los habitantes de la región
pasó a ser una mera representación de nuestra usanza para los extranjeros. Aun
así, pisar este recinto te hace sentir que estás en el corazón de la
mexicanidad, es algo difícil de eludir pues tenemos una enorme necesidad de
expresar nuestra esencia. Tlaquepaque es México en más de un sentido. A unas
cuadras de aquella estampa tan tradicional encuentras plazas, foros y avenidas,
modernidad fusionada, pero su centro
es un microuniverso dedicado a tus raíces. Más
adelante, hacia el sur, me encontré con “El Abajeño” sin duda una experiencia
gastronómica que recomiendo por encima de otras también excelentes y que se
convirtió en un alivio a mis antojos y a la necesidad de encontrar algo
merecedor de mención especial, el sitio es pintoresco por decir lo menos y
amalgama todas las definiciones de Tlaquepaque.

}Este pueblo mágico me abruma y me fascina. Hay tanto que contar y tanto
que experimentar que de seguro necesitarás más de una visita para gozarlo como
merece. He ido con amigos y con familia, sólo y en compañía de mi caribeña
viajera y “Tlaque” siempre mutó en el tipo de pueblo que yo necesitaba.
A la mañana siguiente el cuerpo demandó descanso
de la verbena pero el espíritu seguía inquieto. Así que mi hermoso Chapala era
la parada siguiente. Hay sitios donde entras en comunión con tu yo más interno
y no sabes porque, en mi caso no hay misterio aunque si algo poco común.
Chapala es para mí paisaje que alivia, ahí siento qué, como dice la canción,
las almas pueden hablarse de tú con Dios. No debería existir motivo particular
para tal sentimiento de cobijo y consuelo pues apenas he ido en algunas
ocasiones y siempre a pasear como el más simple de los turistas, pero si algún
día has dudado del dicho “la sangre llama” este es el mejor argumento que tengo
para confirmar que es cierto.

Allá, pasando la vista que te obsequia el malecón, cerca de la orilla
donde nace el sol cada mañana y juntito de Ocotlán está el bello Jamay, casi
nadie habla de tan hermoso pueblo y confieso que yo mismo aún no lo conozco,
pero sé que se asoma al horizonte del extenso “mar chapálico” como le llamaron
los españoles. Pueblito lagunero que sin duda tiene estampas similares al
mismísimo Chapala, lanchitas con redes llenas de peces, garzas posadas en las
orillas del lago, cielos aborregados que se mezclan con los llanos verdes de
los alrededores. De ahí era oriundo mi abuelo Don Ignacio a quien no pude
conocer; con quien no tuve más vínculo que las anécdotas de mi familia. Bien,
pues no puedo evitar pensar que cada vez que el lago cautiva mi mirada debe
tratarse de una suerte de nostalgia heredada de aquellas vistas que en su
juventud mi abuelo atesoró y amó. Un vestigio del amor por el lugar del que
proviene mi apellido y un poquito mi propio ser.
Chapala es apacible por naturaleza, es romántica
como ninguna y en las noches lo es más, a menos que quieras probar su sabor
festivo a ritmo de banda o mariachi en sus restaurantes. Es rinconcito de amor
plagado de botes que te llevan a la Isla de los Alacranes, señoras amables que
te invitan a comer charalitos asados con harta salsa y limón que hacen agua la
boca, Chapala es aquel señor que conocí cerca del mirador del malecón,
levantaba de vez en vez una cuerdita de nylon con un anzuelo. La piel tostada,
el cabello blanco, manos curtidas y debajo de su sombrero de paja una mirada
amable como pocas he visto. Le pregunté con ingenuidad si ya había pescado algo
esa mañana y con sutil sonrisa me respondió que apenas llevaba 3 pescaditos muy
chiquitos. De nuevo lo cuestioné acerca de si aquella pesca era suficiente para
él y su familia y con una sabiduría que yo apenas alcanzo a comprender me
respondió “ps… siempre alcanza con lo que el lago nos da joven, nomás es
cuestión de ser pacientes”
Levanté la vista y miré hacia Jamay, estuve tentado a seguir ese día mi camino.
Le sonreí al horizonte, “otro día” me dije a mi mismo y seguí aprendiendo de la
paciencia de aquel amable anciano…
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